jueves, 16 de abril de 2009



DEVANEO I


La tarde moría y la fiesta se hacía cada vez más de los jóvenes, será porque a los niños, adultos y ancianos las energías se les agotan más rápido, o será porque tienen otras cosas que hacer, sea por lo que sea; íbamos quedando tan sólo un acervo de jóvenes y el baile se hacía cada vez más rudo, y la gente se movía a empellones. La barahúnda y los guirigáis; hicieron que se convirtiera en un baile babélico, lleno de zaragatas. Durante los cortísimos recesos, pude sacarle información: se llamaba Diana y venía desde la capital, siempre le gustó el baile de todo tipo de música y eso se notaba en las bien formadas curvas de todo su cuerpo, tenía ella 23 años, 6 más que yo, jamás lo hubiera imaginado, pues tenía un rostro de ninfa. Su blancura y el rubio de su cabello, su cerúlea mirada y su meandra figura: me atraparon por completo, como atrapa la flor los rayos del sol para poder vivir.
La tomaba de la mano entrecruzando nuestros dedos. El baile siguió su curso y nuestro descubrimiento también. Cuando ya la noche nacía, toda la muchedumbre avanzaba -siempre bailando- hasta la casa del prioste; al ingresar, a cada muchacho con su pareja les entregaban la merienda. A mí me dieron un pan relleno de res y a Diana una fruta, las cuales compartimos tomados de la mano y mirándonos fijamente. Queríamos ser los últimos en salir, y al hacerlo, salimos juntos por una puerta angosta, donde no cabíamos; esto hizo que su pecho núbil chocara contra el mío febril y puso mis manos en su cintura y las de ella en mi cuello. Fue la tilde de nuestros deseos, que no pudieron ser contenidos por más tiempo, nos unimos en un apasionado beso y en tocamientos, que para muchos son indebidos, pero que consuman cualquier momento de amor y que me hicieron descubrir sensaciones inexploradas, nos quedamos prendidos uno del otro y nuestro deseo de amarnos se hacía cada vez más fuerte. Riendo como dos locos, me llevó de la mano hacia un tálamo de verde pasto, que bien me pareció el más suave de los lugares; pues al explorar su humanidad, pude corroborar lo hermoso de su cuerpo y lo virginal de su carne. En el intenso frío, nuestros cuerpos se abrigaban, descubriendo esa noche todo tipo de placeres, nos entregamos al amor. Sus delirios y los míos me llevaron hasta el empíreo, donde descansé en su regazo.
—Me voy mañana Alfonso— me sorprendieron sus palabras, pero lo entendí, no quise entonces desaprovechar el momento, la volví a hacer mía, llenándola de caricias y besos el cuerpo, entregándole todo de mí. Un último beso selló la noche, una noche mágica y única, nos dijimos adiós, pero seguimos unidos incluso después de separarnos. Nos amamos sólo una noche, pues ella partió después llevándose en el vientre lo que significó el amor; pero nos volveremos a ver, estoy seguro, algún día...
Continuará

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