
NUNCA DEJARÉ DE ENVIDIARTE, MEJOR AMIGO
Tuve un sueño, en el cual, sueño, sueño, sueño, ¡qué rico sueño!, era un perro; pero no uno de esos mastines napolitanos que cuidan como oro o esos sharpeis que sus dueños tratan mejor que sus propios hijos. En mi sueño –repito, ¡qué rico sueño!– yo era un perro calato, un perro peruano con un moñón de pelo castaño (como para no perder un toque de mí) y sarnoso, sí, estaba lleno de sarna hasta en la sarna.
Cuando me vi al principio en ese sueño pensé que era la peor de las pesadillas: un perro, un perro calato, un perro calato con un moño de pelambre castaño, un perro calato con un moño de pelambre castaño y encima sarnoso; pero conforme se iba desarrollando mi rico sueño, las cosas iban poniéndose realmente buenas. Me subí a un micro de esos destartalados y con óxido hasta en las llantas, a uno de esos micros a los que uno siempre se sube cuando no le alcanza para el taxi (que es casi siempre), me dejaron subir sin decirme nada, el cobrador me miró con miedo y ya adentro los pasajeros me miraban con un profundo cariño y: poste, poste, poste, poste; sentía mi cabeza ir y venir y recién podía entender el porqué a los perros les gusta sacar la cabeza por la ventana, qué rico se sentía: poste, poste, poste, poste; en eso un niñito que viajaba sentado en las piernas de su abuela –porque no había forma de que aquella mujer sea su madre– me acercó un pedazo de pan y lo lanzó a donde sabía que yo podría alcanzarlo, sin esfuerzo, y porque me cagaba de hambre, alargué mi cuello canino y me lo metí a la boca, qué rico, qué rico, qué rico, en mi vida humana nunca había saboreado un pedazo de pan tan rico como esa vez. Imagino que debí sacar la lengua porque el niñito se volvió a acercar y me lanzó otro pedazo de pan y de nuevo me lo comí con tanto gozó como no había conocido jamás y después de nuevo: poste, poste, ¡ah, qué rico!, poste.
Cuando me aburrieron los postes, volví la mirada y la gente me seguía mirando con tristeza, sólo las mujeres más falsas y hacendosas me miraban con asco, pero esas personas nunca contaron para mí (ni siquiera cuando era humano) así que su opinión me despreocupaba. Quería caminar, hacer uso de mis cuatro patas y ser literalmente “un pata de perro” me bajé del asiento oxidado hasta en el forro y el cobrador pareció entenderme, el chofer paró la carcacha y me abrieron paso para bajar.
Luego vereda, vereda, vereda, jardín, sí, jardín y ¿qué es eso? Ummmm, qué es ese olor y ¡qué ganas de orinar! Y: da igual soy un perro y pisss, ¡Ah, qué rico! Y después: vereda, vereda, vereda, jardín, pisss; luego: vereda, vereda, jardín, pisss; de un rato: vereda, jardín, pisss; no pasó mucho: jardín, pisss; y: piss; y: pisss, pisss, pisss.
En otro momento de mi sueño llegué donde una mancha de perros rodeaban a la más hermosa especie hembra que yo haya podido ver en mi vida (perruna o humana) y rápidamente me armé de valor (si entienden a lo que me refiero, je) y no pude contener las ganas de estar a su lado. Llegué y todos me miraban con mala cara; todos eran perros vagos, malandrines, pero que va, yo también lo era así que también mostraba los dientes; me acerqué a esa hermosa dálmata y en vez de ponerme delante de ella no sé por qué diablos me fui directamente al rabo (que es lo que usualmente hago, pero siempre luego de una presentación formal y no tan rápido, o bueno depende de la chica, pero siempre doy la cara primero) y pude –con mi cuatro veces más sensible nariz– deleitarme con el más delicioso aroma, que terminó por dejarme la voluntad de hierro –de nuevo: je–. Sin embargo, algo me jalaba a seguir avanzando, decidí seguir, pero la hermosa “manchitas” decidió venir conmigo y como ni yo sabía a dónde iba, pensé en alejarla del grupo hasta doblar la esquina y después darle el trámite que ella estaba esperando de mí, y así fue y nunca la había pasado mejor. Nunca había tenido mejor compañera y vaya que sí duró mucho.
Luego, de nuevo: vereda, vereda, gente con las bolsas del mercado, gente con el celular pegado a la cara, gente con hijos en brazos y otros que no sabían dónde estaban sus hijos, vendedores que se preocupaban de los municipales, municipales que se preocupaban de sus sueldos, abogados que llevaban millones papeles, pero nadie se detenía a mirar a las personas que parecían inmóviles, que parecían las más miserables, pero qué hacía a los demás superiores a aquellas miserias humanas, por un momento paré, estuve a su nivel y por fin pude verlos tal como son: ellos alimentaban a sus hijos, ellos pensaban en sus hijos, o tal vez en sus padres, pero en la última persona en la que pensarían sería en ellos mismos; los demás comían una buena comida, vestían uno buenos trapos, tenían un buen carro y hasta tal vez tenían mejor sesudez, pero eso no era suficiente para ser más que mis nuevos compañeros, los míos tenían algo más, algo que los hacía altamente superiores: los míos tenían corazón.
Vereda, vereda, vereda y por fin, de alguna manera lo supe, casa, hogar, familia. Rasqué con mis patas mi desgastada puerta de madera y salió mi madre, me abrazó como si no me hubiera visto en años (y creo que así era), luego mi padre, mis hermanos, todos hicieron una fiesta la casa sólo porque yo: un perro sarnoso había regresado a mi casa, sólo porque yo, un sucio perro sarnoso, volví para quedarme por siempre.
Pero lo mejor de haber sido perro no fue mi sentido de orientación, no, lo mejor de haber sido perro fue hacer lo que quería, fue andar por la calle calato sin que nadie me diga nada, fue orinar por donde sea irrespetando las absurdas reglas de esta sociedad, fue subirme a un micro y ser visto con respeto en vez de con racismo, fue correr por aquí y por allá libremente, fue comer sin necesidad de matarme trabajando, sólo buscando mi comida, fue tener algo romántico y a la vez hermoso con una hembra de mi especie que quería departir conmigo y nadie lanzaría el grito en el cielo. Lo mejor de ser perro, mis amigos, es saber que aunque tal vez he perdido mi camino en esta vida; nunca olvidé mi camino a casa.